4 de junio de 2010

Caracola

El primer día que su madre la acompañó al colegio, Azucena solo pensaba en caballitos de mar y estrellas rosas, entre sus dedos, el lazo de su pelo parecía una estela, de esas que dejan las estrellas cuando caen fugaces.
Pensaba que el sitio al que iba era una casa mágica llena de corales y que en cada uno, encontraría hadas que le sacarían volando y la llevarían hacia el bosque, que haría muchos amigos como le habían dicho, pero eso no le preocupaba ya tenía tantos, algunos eran verdaderamente especiales y le contaban historias de cuando los árboles susurraban canciones de cuna y los pájaros entretejían preciosas prendas de hilos de hojas de primavera, de cuando las flores miraban armoniosas sus hermosos pétalos para girar con fuerza y regalar sus maravillosos destellos, pero ella solo pensaba en el resplandor azul que la dejaba sumergirse en su mundo, se veía en el columpio de su casa en su ir y venir al ritmo del vaivén con que la mano de su madre la apretaba con fuerza.
No se imaginó que al cruzar la puerta del colegio, que para ella era un arco de hermosas margaritas, su madre la soltaría y le daría un beso, entonces su mundo se derrumbó…ya solo había un charco gris, enorme y vacío, adiós corales y estrellas, caballitos de mar y sueños con bosques, adiós el vaivén acompasado del calor de su columpio y su mundo azul.
Una lágrima escapó de sus ojos y después siguieron muchas más…Azucena no se dio cuenta cuando otra mano la cogió, su vaivén era distinto pero ella no prestaba atención. Un ruido la invadió por completo y muchos niños y niñas se acercaron, nada la consolaba solo su caracola a la que apretaba con fuerza pensando que dentro de ella estaría mejor.

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