23 de febrero de 2014

Cielo

Por el retrovisor miraba los tonos malva que aparecían en el cielo, tenía ganas de irse porque parecía que era lo correcto. Los días de invierno a veces alargaban la mano y le tendían su frío, un frío que helaba su corazón.


Desde su habitación miraba a través de la ventana, aún no sabía muy bien como explicar lo que pasaba por su cabeza pero se decidió rápidamente, cogió un bolígrafo, aquel que le regalaron en la despedida de trabajo que dejo años atrás. No se preocupó del papel solo de lanzar sus ideas y sus sentimientos, dejándolos  flotar en la densa nube que ahora cubría su habitación e invadida por un modo, un único modo de transmitir.

Me iré, sin hacer ruido, sobrevolando, nombrando bajito cada una de las cosas que me gustan de aquí, unas zapatillas rosas, la mesita del comedor, los pájaros mirando de reojo desde el cuadro de la habitación, las esquinas del sofá, las baldosas del suelo que acogían mis pasos, el verde de las plantas, el botón de las cortinas, el reflejo de la luz que atravesaba los agujeros que la dejaban pasar.... y me iré con el aire que entra por la ventana de una habitación desordenada, de esa que parece pintada con acuarela en tonos pasteles. Ya no seré tu lado de locura ahora seré la realidad. Ya no volveré, solo quiero dejar de ver con gafas rosas la vida, ahora quiero andar mi camino sin deshacer lo andado pero despacio y con mi propio aire.

Que distinta la perspectiva después de escribir. La taza de café esperaba fría, y el olor a tierra mojada la hacía volver, yo esperaba al otro lado de la mesa, la observaba con un café también frío, no había respuesta a ninguna pregunta, ni consuelo. Solo era como un espectador de una escena en la que el cielo era el protagonista, sus claros amarillos definidos, sus grises azulados encantadores, los blancos deseando salir entre ellos y lo espectacular de una degradación en tonos rosados, violetas que espejeaban relucientes en el borde de su piel y sus cabellos, todo la iluminaba pero ella estaba apagada. Ninguna razón sería suficiente para sacarla de lo que invadía su cabeza, despedirse no es fácil, ni sobrevolar tus sueños dejándolos ir, cuando crees que todo esta perdido duele pensar y duele no hacerlo, no te descubres nada solo sigues adelante despacio sin mirar nada mas. Y ella no miraba la luz que insistente atravesaba los cristales.

A veces el invierno trae tardes preciosas, nuestros ojos miran extasiados tanta belleza, no es posible resistir guardar esa imagen en la memoria, esas tardes inquietantes donde el cielo se abre de cualquier color y se cierra de repente dejándonos a oscuras.