19 de octubre de 2010

9. Volando

Mis días podían ser infinitos cada vez que recuerdo mi inicio en la etapa escolar. El colegio no me terminaba de convencer del todo, no estaba segura de aprender allí lo que en realidad necesitaba, asi que con tres años cumplidos seguía haciendo de las mías en clase. Esta vez tuve una maestra con mucha paciencia y al parecer le importaba todavía menos que a Sara que yo ande urgando en los rincones más insospechados del aula, que explote cuando hacíamos plástica y que no deje dormir a nadie a la hora de la siesta, ella me dejaba hacer y sonreia, creo que en el fondo le parecía un reto y un atrevimiento positivo el mío.
Sin embargo, mis años no me dejaban aprender constructivamente como mi madre quería y aunque debo reconocer que aprendí allí casi todo lo que ahora se, la proyección de mi mundo interior necesitaba salir de vez en cuando.

Mi abuela me llevaba cada tarde al parque  y paseabamos viendo lo árboles más altos del camino, todos los detalles me los iba diciendo uno a uno, mira su tronco cúanto más ancho más años tiene y mira sus líneas en ella puedes ver lo fuerte que se va haciendo, ves esas ramas...esas son nuevas y esas del año pasado, sus frutos estan  apunto de abrirse, ese árbol pronto cambiará de color y se caeran todas su hojas, mira allí a lo lejos...y mientras ella hablaba me transportaba a la tierra, al olor a hierba, a frescor de naturaleza, sabia, pura, a verdor de tarde que cae, como se pone el sol, como nosotros cuando cerramos los ojos, desde luego mi abuela sabía mucho.

Después de cada sesión de parque, mi madre me recogía y me llevaba a casa, muchas veces iba durmiendo en el coche deseando que ya nadie me mueva y quedarme alli hasta el día siguiente, pero siempre: ¡Lena venga! ducha y cena. Y luego llegaba la hora mas importante del día, donde se me olvidaba el sueño, las lágrimas derramadas por los  juguetes no compartidos, la pena de mi abuela cuando se acordaba del abuelo, la de mi madre mirando el teléfono a ver si papá nos llamaba, la del adiós a mi osito por la mañana, todo se pasaba cuando mi  madre me cogía en su regazo y abría un libro, podía contar las mejores historias aunque ya las conociera, cada gesto suyo hacía de cada palabra un jugueteo de sonidos al salir de sus labios, los susurros se convertían en atropellados soplidos de imaginación y todo separalizaba y solo existía ella y sus cuentos, ella y sus historias, ella con sus sonrisa iba rellenando mi mundo interior, mi mente, mis sentires, ella si que sabía lo que necesitab, ella me leía, me decía, me cantaba y esas sin duda eran las horas más felices de mi vida.

Entonces me iba a la cama con una sonrisa, con la satisfacción de haber recargado mi  mundo a su lado y me sentía grande, fuerte y valiente. Sin duda, así me sentía,"hasta mañana mami", era lo que me salía decir pero quería decir más, gracias, me has dado mucho más de lo que crees, me has dado la vida un trocito de la tuya a través de este momento, un trocito de tu mundo vaciado en mi alma, gracias por tus historias, por tus palabras y por enseñarme todo de este modo, por encender tu llama del color de ensueño y dejarme volar.

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