20 de octubre de 2010

10. Esperar

Con tres años, que para mi ya eran muchos, las cosas pasaban todas seguidas sin detenerse, a veces, me parecía que estaba en una pelicula de los 70 de esas que se proyectaban en blanco y negro y salía un hombrecillo con el sombrero y el bastón, con su bigote negro haciendo diversas acciones graciosas. Así me veía yo, el colegio con sus aprendizajes, algunos llorando, otros corriendo sin control, coordinarnos en grupo era desafiar a las leyes de Murphy, ni Pávlov con todos sus estudios nos movía de nuestro particular autismo que a veces se agravaba por momentos, eso es así al principio, le consolaban sus compañeras a mi "profe", pero luego ya verás que bien. Después la comida y es que todos se empeñaban con que había que comer de todo y yo pensaba, y ellos que saben si yo veo que los adultos solo comen lo que les apetece.... ya, querían engañarnos siempre. Mi madre me apuntó a natación, que por cierto era una pesadilla, el autocar nos recogía en el colegio y nos llevaba a las piscinas y no entiendo muy bien porque todo el mundo hablaba gritando, el tono más elevado que jamas podría imaginar, allí hacía mucho calor parecía que siempre era verano y yo con mi bañador rojo y mi albornoz a juego para meterme al agua con mi monitor que me lanzaba y me recogía como una tabla más de la piscina, acostumbrarse a eso es un poco difícil y nadar ya ni que decir. Después otra vez a casa de la abuela a esperar a mi madre.

Así iba yo, en mis rutinas diarias, cuando un día saliendo de piscina no vino mi abuela, ni  mi madre, ni nadie, me quedé muy triste de la mano de la monitora que mas gritos daba, pero en ese momento me dijo muy bajito, no me sueltes, ya te acompaño yo hasta que venga tu abuela ¿vale? y yo asentí, pero en el fondo se lo agradecí, por no gritar y por enseñarme que las cosas se pueden hacer de varias formas y que debes estar atenta para no etiquetar a nadie. Por fin, llegó.........mi padre??. -Papá!!!, me lancé con una sonrisa, le di muchos besos y me llevó  a hombros a casa de la abuela, tomamos chocolate de camino y me supo a cariño, a recuerdo, a ganas de seguir así con él, de rodear mis brazos a su cuello y girar sin parar, me supo a te quiero y a sueños. Ya en casa todo era armonía, mis padres prepararon el baño y después de muchos mimos cenamos y luego el cuento de mamá pero esta vez los tres juntos oyendo, diciendo y volando. Las imágenes de esos momentos traspasan lo descriptible, no hay nada que decir acerca de eso...simplemente maravilloso.
Las veces que mi padre estaba en casa eran así, aún puedo escuchar las llaves tras la puerta, sentir el vértigo de elevarme por los aires, soñar con cada una de sus caricias y llorar al recordar sus maravillosos abrazos. En mi rostro se dibujaba una sonrisa que no se borraba ni en sueños, y mi mente juguetona, a la que le gustaba salir, solo quería quedarse a su lado para volar con él, nunca entendí muy bien por qué no podía soñar conmigo y hacerme girar en mi torbellino de ideas fluorescentes, mi padre sellaba mis pies y yo permanecía dando vueltas a mi mundo a su lado. Tenía miedo de perderlo, de mirar la ventana como mamá, de llorar en silencio como la abuela y de esperar, tenía miedo de esperar, porque en el tiempo de espera las ideas vienen y van unas tras otras, te envuelven y te hacen albergar miles de alternativas, unas calladas y quietas otras más inquietantes y algunas tristes, las ideas dan vueltas y tu no sabes elegir con cual quedarte y sigues esperando y no sucede nada.....esperar con la esperanza de volar, de desplegar tus alas al mundo, pero no puedes, no sucede y sigues esperando, recoges tus ganas, tus deseos, tus razones y se queda tu miedo y tu pena.

- Dile adiós a Papá, Lena- me dijo mi madre

Y yo no quise hacerlo, lo dije muy bajito para que nadie me oyera, ni siquiera el silencio, ni mis miedos.

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