24 de octubre de 2010

11. Mía

Es curioso como el mundo da vueltas, gira sin detenerse y caminamos en él como torbellinos de aire fresco cada uno a su ritmo, a su son.
No me acostumbré a tener tres años, no se porque tendría que hacerlo, solo deduje que debería y no lo hice, algunas cosas son así, yo en ese tiempo quería crecer, poder conducir, llevar el pelo de cualquier manera, y no con las coletas que me hacia mi madre, quería salir cuando llovía y que las gotas me mojen sin descanso, quería amanecer cuando aún los pájaros estaban dormidos y esperar que la naturaleza se despierte, ver las películas catalogadas para adultos, leer las novelas rosa,  probar a que sabe el café, y sobre todo quería crecer porque creía que los adultos podían y sabían hacerlo todo, todo cuanto podían para hacer felices a los demás.....ya, ...en eso me equivocaba.
Mi madre se quedaba cada vez más triste cuando se iba papá pero yo me encargaba de entretenerla lo suficiente, entre mis ayayais y mis fiebres y lamentos tenía bastante, aunque disfrutaba más cuando mis cuentos,  mis masajes y mis peinados. Nos divertíamos al caer la tarde cuando el sol dormía, ella se levantaba muy pronto y las dos iniciábamos el día en rumbos distintos: trabajo y escuela, no se cual era más duro. 
Mi abuela me llenaba de sabiduría con sus enseñanzas y a veces, cuando hablaba con mi padre por teléfono conseguía no echarle de menos por las noches.

La lectura se había convertido en algo habitual, cada noche necesitaba adivinar lo que encerraban las palabras y todo me parecía maravilloso porque sabía que ese mundo en el que yo pensaba existía a través de los libros.
Iba a la biblioteca una vez por semana al menos, mi madre decidió adoptar esta rutina después de darse cuenta que yo no tenía fin en cuanto a la lectura. Otro de mis entretenimientos era disfrazarme de todo un poco, pero sobre todo poniéndome muchos artilugios en la cabeza, en los brazos y salir baioloteando por la casa y a veces por la calle, era divertido adoptar formas insospechadas, personajes pintorescos y actitudes que nunca crees que puedes tener dentro de ti, ser otra persona, y no es que tuviese personalidad múltiple pero casi.
En este tiempo aprendía a bailar, a jugar con niñas de mi edad, a comer caramelos, a montar en bici, a patinar, a decir y a crecer. Me gustaba mirar con los ojos de lectura toda mi realidad, saber que  mi profesora podía ser una hada celeste que dotaba de saberes a sus pequeñas hadas y hados, que algunas calles por las que pasaba podían haber sido caminos de hierba fresca con hermosos girasoles a los lados, que el patio de recreo encerraba pasillos secretos que te llevaban a paraisos inigualables donde podías recorrer aventuras sin fin, que mi abuela era una bruja buena que sabía hacer pociones que me hacian aprender todo más rápido y curaba todos mis males con perfumes de alhelí que solo encontraba en un bote que guardaba en lo más alto del mueble de la cocina, que mi abuelo me miraba desde las nubes porque adoptaba las formas que yo dijera si apretaba los ojos y volvía abrirlos cada vez que quisiera, que mi padre era un capitán pirata de un barco extranjero al que solo accedían los malechores de ciertos confines del planeta para navegar con él y ver dragones y seres mitológicos que habitaban en el mar y por eso nunca me llevaba con él por sus misiones de alto riesgo. Lo miraba todo con esos ojos y me gustaba hacerlo.
Pero no encontré en todo mi mundo nada para situar a mi madre, con su sonrisa de labios carmesí, con su voz dulce y tenue que susurraba a mi oído las mejores historias, sus manos de caramelo llenas de caricias que brotaban una tras otra, incluso cuando se enfadaba podía ver a través de ella la verdad, mi única verdad: solo existe una....una madre. En todos mis mundos, mi  madre siempre sería eso, mi madre.

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