15 de enero de 2011

22. Otro

Otro más, otoño llegó con sus hojas doradas, resplandecientes, por los caminos sinuosos que atravesaba a diario  para volver a casa de la abuela a comer. Era señal de que tenía 9 años y mis amigas y yo íbamos a caminar por un bosque de la sierra ese fin de semana para pasar un rato divertido juntas. Mis padres me regalaron muchas cosas libros, porque me encanta leer, una mochila con ruedas rosa con una minimuñeca patinando, un jersey de cuello vuelto rojo y con líneas doradas que parecia de navidad y recibí muchos regalos más, lo pasé muy bien y sin darme cuenta me fuí haciendo mayor, había cruzado una delgada línea para ser una niña autónoma, independiente, ahora opinaba y decía, preguntaba sin ningún cuidado, sin sosiego, sin calma, ahora mis preguntas eran del mundo, de lo que quería saber de lo querría algún día decir sin tropiezos.

Minuciosamente recopilaba recortes de los recuerdos maravillosos de mis años pequeños, mis cosas, mis tesoros, los iba enlazando uno a uno como si tejieran en sí mismos una historia sin palabras, como aquellas historias mudas de antes, de la época de mis abuelos, entretejían en cada superficie un halo de melancolía y de ganas de ser yo otra vez, y cuanto más las miraba más feliz estaba de tenerlas. Ahora las veo, una  a una y recuerdo a la perfección el trocito de felicidad que me trajo cada una de ellas, ensombrecen a veces mi vida actual, pero me brindan la oportunidad de despegar los pies del suelo y volar.....hace mucho que no vuelo.

Mi madre me aficionó a la pintura y descubrí a que a través del color también podía sentir y decir, soñar y recorrer caminos distintos, y empecé a pintar, el lienzo blanco sobre el caballete me daba la sensación de encontrarme, y me veía dentro de ese manto blanco como nieve, como nube, como espuma y me diluía y me vaciaba y me llenaba de ese blanco, para llenarlo de color y de sueños.

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