14 de noviembre de 2010

16. Ellos son

Sucumbir ante la realidad es probablemente la actitud que me lleva a desplegar mis alas y volar, dejarme llevar y rellenar mis espacios irreales de vanalidades misteriosas o jeroglificos escritos en  laberintos de bordes redondeados. Mis amigos lo sabían, ellos siempre estuvieron acompañandome en la batalla que luchaba contra la realidad, con seis años tampoco era nada difícil...imaginaciones de niña...ya pasarán, comentaban los adultos a mi alrededor.

Por fin, mi padre se instaló en mi vida con su papel en plenitud, íbamos juntos a pasear los domingos, a montar en bici y mis amigos y yo corríamos por los verdes prados de verano con más alegría que nunca. Reconozco que fué entonces cuando empecé a mirar la realidad desde el sosiego, las florecillas del campo y las mariquitas se dejaban ver y yo disfrutaba de cada señal de vida porque yo también era asi de pequeña pero me sentía igual de importante, todos tenemos un papel en la vida, concluía al fin, todos debemos estar y ser.
No sólo yo noté el cambio, mi  madre, que tanto esfuerzo había hecho por llenar mis días de eterna alegría y lo había conseguido con creces, también ahora disfrutaba de la tranquilidad que dan esos pequeños momentos de sentirse a gusto, de sentirse bien, de sentirse felices.
Aunque todos sabemos que la felicidad es un momento, un trocito de nuestra vida, es como una descarga de emociones difícil de describir y difícil de olvidar.

Mis amigos y yo éramos incansables, disfraces, paseos en la montaña, fiestas a destiempo, cenas, viernes sin descanso y domingos de chuches. Emociones sin límite y diversión, esos eran mis espacios favoritos y ellos me hacían sentir que ser niña era fantástico, sin embargo yo seguía pensando en crecer, en tener tantos años como para saber todo de la vida y poder seguir creciendo, ver el  mundo desde allí arriba como los adultos y probar suerte con todo lo que se me pusiera en el camino. Pero disfrutar no está mal y mis años con ellos fueron lo más bonito y lo más divertido que siempre guardaré en un trocito de fieltro cosido a mi pequeño corazón.
Los niños  a mi alrededor iban y venían,  recorríamos juntos algunos caminos y luego venían otros y así, pero algunos que parecía que no estaban, al final de mi camino siempre esperaban, pacientes y en silencio, con la sonrisa puesta, con el abrazo a flor de piel, con la mirada expectante de querer oirme, de querer volar, de soñar conmigo y acompañarme. Esos, mis amigos....ellos son así.

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