24 de abril de 2011

Guitarrista dormido.

Un guitarrista, zapatos roídos y pantalones desgastados, el pelo corto muy bien ordenado y sin embargo el instrumento brillante y bien afinado, sonrie al sacarlo de una funda destartalada que coloca a modo de caja de la suerte, de esa que espera que los que pasamos por allí le dejemos algunas monedas. Me detengo y le sonrio de lejos, nunca me acerco, aún tengo interiorizada la voz de mi madre diciéndome que no me acerque a desconocidos, y aunque para mi él ya no lo es, conservo la distancia del espectador y el artista.
Me dedica una canción de la vieja trova al verme, creo que adivina mis pensamientos, o quizá sea solo coincidencia, pero sonrío porque la melodía de aquella vieja canción me recuerda a mi niñez, a mi adolescencia, a mi juventud, a mi familia, a mis amigos y a mi, el instante pasa rápido según sean los pasos que doy ese día, pero los segundos se quedan grabados durante varias horas y tarareo sin querer la incesante canción.....su partitura se enlaza con lo abrupto de mi vida, igual que las notas, sube mi ánimo y baja como cada una en el pentagrama, me siento parte entonces de ese hombre, y de sus pantalones desgastados, de su sonrisa maniaca, de sus aspecto desordenado, de su música especial.
Suave y lento, delicado y frágil allí está, entre sus dedos se aferra la guitarra y ella a él. Las notas siempre continúan aunque yo ya no esté. Avanzo por el tunel del eco dormido de esa musica, de sus desgastados dedos encima de las cuerdas, avanzo por el torbellino de sus does y sus res sostenidos o no, bemoles o no, una melodía no deja de acompañarte siempre te sigue, solo hasta que tú quieras.

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