20 de diciembre de 2013

Navidad de Verano

Duerme la noche fría. Como terciopelos sonrosados se oye el viento rozando con las hojas de los árboles y  la humedad fresca de una noche de final de otoño. Ya se ha terminado, la sensación de su partida se ha hecho evidente. Adiós sol y adiós a las rutinas con la luz por la ventana.

Duermen mis ojos, aunque el sueño que se aloja en ellos parece despierto, duermen sin querer despertar, no hay lugar para la realidad.
Especialmente frágil y sin titubear mis pasos me llevan sin retorno a lugares con olor a azúcar. Vuelvo y remiro en aquellos fotogramas que desprende mi mente, y veo la luz de una llama que crece en las calles de un barrio modesto pero lleno de vida.

No es otoño en esos recuerdos, es verano y aunque casi se me hace extraño escribirlo....no es otoño, es verano y es Navidad. 

Zapatitos en el árbol y corriendo a la cama grande, a cerrar muy fuerte los ojos por si vienen los regalos de aquel hombre de rojo, que ni siquiera sabemos de donde viene concretamente. Pocos sueños y pocos deseos, solo ganas de compartir y de celebrar. Nada de pena, cuando eres niño eso se aparca. Sin embargo una lagrima se queda en mi memoria, resbala lenta de los ojos cansados de alguien, no recuerdo quien, solo su recorrido, lenta y perfecta, la lágrima se posa sin querer, para de repente, se frena sin avisar, nadie la seca, ni le impide el paso, se deja caer y, así brillante se estrella en el suelo. En ese momento no sentí pena, solo la guarde, sin entender por qué.
Ahora es a mi a quien aquella lágrima me pide que la libere, pero hoy no la voy a dejar salir.



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